Nulla dies sine linea: ningún día sin una línea. Durante mis años de profesor de Dibujo he recordado este aforismo a mis alumnos, en la creencia de que, aunque había sido concebido inicialmente para el mundo de las letras, resultaba también aplicable al de las artes. Y ello en dos ámbitos. Desde luego, este supuesto préstamo me parecía pertinente en el sentido figurado o simbólico, como invitación a la constancia en una actividad cualquiera, el dibujo en este caso. Pero también lo era de modo literal, en tanto no sólo es línea la pieza que enlazada a otras sirve al escritor para construir su texto, sino también el trazo con el que- desde que el niño sujeta fascinado un lápiz, y aún antes de que se sirva de ella para la escritura-, sembrar en un papel los sueños que se materializarán en el dibujo.

Lo curioso es que en ese tiempo yo estaba en un error- ampliamente compartido, según supongo-, porque este adagio latino a lo que se refiere originalmente es al mundo del dibujo. Nos ha llegado atribuida por Plinio el Viejo al pintor de cámara de Alejandro Magno, el griego Apeles de Colofón, quien, según parece, no dejaba pasar un día sin dibujar aunque sólo fuera una línea. Ese ha sido mi propósito desde que empecé a dibujar, primero, a pintar y modelar en barro después. Y sigue siéndolo, felizmente. Con la constancia diaria en el trazado de las líneas o la mancha, en el dibujo o en la pintura, cumplo, por mi parte, con esta admonición a perseverar en el trabajo elegido. Las líneas escritas que le pueda dedicar a este blog son para mí un añadido a esa encomienda, una aventurera exploración fuera del territorio propio, ejercicio que tiene mucho de osadía y algo de traición.