En una época que se quiere radicalmente democrática, las palabras parecen estar abocadas  a decir aquello que los más quieran que signifiquen. Es verdad que los idiomas son convenciones, y convenciones vivas, por medio de las que nos afanamos en describir verdades por aproximación. Pero, al tiempo, esas convenciones han de aspirar a contener algo más que el volátil significado asignado por el acuerdo mayoritario, frecuentemente vulnerable al germen de una confusión  que resta eficacia al idioma en su propósito de captación del mundo.

Si apunto aquí este deseo, expresado con tanta indefinición, es para intentar aportar algo sobre dos términos, “Realidad” y “Realismo”,  que son simultáneamente familiares y complejos; de captación intuitiva, sí, pero, al tiempo,  justos merecedores de especulaciones y controversias. En una primera aproximación, estas palabras nos resultan tan cercanas que no parecen plantear  problema alguno. “Realidad” sería lo que se presenta ante nosotros, y el término “Realismo”, aplicado al arte, no podría sino ser un modo inmediato de representarlo, que muchos considerarían, por ello, algo así como un sinónimo del adjetivo “fotográfico”.

Sin embargo, la cosa no es tan sencilla, tal como nos susurran recuerdos colegiales: sesudos pensadores parecerían haberse empeñado en confundir al hombre sencillo al señalarle, de modo fundado, cómo tinta al proceso de lectura de la realidad la necesaria presencia de un sujeto, sujeto que no es pasivo en esa tarea de aproximación, y que el cognoscente, al conocer, modela o conforma lo conocido según su modo de conocer. Todo ello sugeriría que sólo habría una “realidad conocida” en la medida en que hay sujeto cognoscente, en el caso del diagnóstico más optimista, o incluso, en el del más escéptico, que la llamada “Realidad” no sería sino una construcción ilusoria, producto de la mente del incauto observador. Y si el cognoscente configura la realidad al conocerla, no menos lo hace el autor al representarla.

Y por tanto, si la cuestión de la “Realidad” presenta más pegas de lo esperado, tampoco son menores los problemas que supone el término “Realismo” aplicado a un cierta captación de esa realidad por medio de las artes.

Para una genealogía del asunto nos serviremos del recorrido consignado por el polígrafo Vladyslaw Tatarkiewicz en su formidable estudio-compendio “Historia de seis ideas”, acompañante con el que haremos camino en las próximas entregas.